En agosto de 1975, Gabriel abandonó Genesis. Nos pareció una noticia lamentable, auguramos el fin del grupo -que no fue ya que se mantuvo con dignidad mientras permaneció Steve Hackett y luego sobrevivió, ¡hasta hoy!, con productos muchas veces lamentables-. El silencio duró dos años. En 1977, nos enteramos, vaya uno a saber cómo, de la inminente salida de su primer disco solista, que, editado aquí, escuchamos en casa del infaltable amigo que tiene todos los discos. Desde entonces y hasta hoy, si no me equivoco al cabo de dieciséis títulos y varias recopilaciones, Gabriel recorrió un camino donde predomina la coherencia, el respeto y una notable calidad. Durante años ansiamos verlo en vivo, pero, teniendo en cuenta, la escasa afluencia de músicos extranjeros durante los setenta y la lejanía por entonces de Buenos Aires de la ruta de sus giras, no abrigábamos esperanzas. Eran los años de la dictadura: prohibiciones, censura, acoso, silencio, persecución. Tuvieron que pasar los años para que la visita sucediese, en 1988 se organizó una serie de festivales a través de Amnesty International. Cierro los ojos y retrocedo hasta el momento en que Gabriel salió a escena, ante una multitud que colmó el estadio de River, lo veo todavía sentado al piano cantando Red Rain.Y lo veo, en compañía de Sting, Bruce Springsteen, Tracy Chapman y Youssou N´Dour sobre el escenario. Juntos cantaron Get Up, Stand Up deBob Marley.
No estuve en el segundo concierto de Gabriel en Buenos Aires, en 1993, cuando presentó, en el estadio de Vélez, Secret World Tour. En ese mismo estadio se presentó el domingo 22 de marzo, y allí sí estuve. Lejos de la magnificencia de otras presentaciones, el desempeño de Gabriel tuvo lugar en un marco casi despojado. Sólo una pantalla de fondo cuyas imágenes tenían relación con cada tema. A modo de prólogo, antes de cada canción, Gabriel leyó un escrito en español, con dificultad. El escenario despojado -esto me parece importante- nos obligó a concentrarnos en la música -que es, obviamente, lo fundamental-, sin casi ningún otro elemento distrayente. Fue, a lo largo de más de dos horas, una retrospectiva que abarcó sus treinta y largos años como solista, secundado por una banda impecable: mi admiradísimo Tony Levin en bajo, Richard Evans y David Rhodes en guitarras, Angela Pollack en teclados, David Lynch en batería y Melanie Gabriel en coros -fue la voz solista en el único momento en que su padre salió de escena, interpretó Mother of Violence-. Fue una nueva confirmación de su talento, magnetismo y autenticidad. Hubo dos bises, pedidos por un público estimado en una 35.000 personas; cerró con Father, Son, Gabriel en piano y Levin en bajo, y su ya legendaria Biko.Claro, cada uno guarda para sí un momento que considera precioso. Para mí fue cuando sonóSan Jacinto, luego de que el propio Gabriel explicara la génesis de la canción: un indio nortamericano que, para ser considerado guerrero, debe resistir en el desierto con veneno de serpiente cascabel en su sangre -historia que el propio nativo le contara al músico, hace años, en Los Angeles-.